Amelia, como toda joven hermosa, tenía un pretendiente. El hijo de uno de los banqueros más prominentes del país había pedido la mano de la diseñadora en compromiso pues estaban perdidamente enamorados. La unión estaba programada para el primero de febrero de 1956. Ya los preparativos estaban listos, las invitaciones enviadas y el hermoso vestido de novia diseñado por la propia Amelia guardado en una de las habitaciones de su espectacular departamento, pero dos semanas antes de la fecha ocurrió algo terrible. A la una de la madrugada llaman al teléfono de la futura esposa, con la terrible noticia de que su prometido murió de un infarto fulminante. Devastada, Amelia en un rapto de locura viste su precioso atuendo de novia y se arroja por el balcón. Con la esperanza de unirse en la muerte con su amado.
Cuenta la historia que los propietarios posteriores del apartamento han escuchado varias veces, por las noches, el sonido de dos tacones que se dirigen a al ventanal del balcón, seguido por el deslizar de las puertas y un largo grito que se ahoga en la distancia.
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